No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

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Hogar, dulce hogar


Me habían persuadido y conseguí la pintura y las lonas negras. Lo necesario para realizar lo que me habían dicho. No tenía la intención de llevarlo a cabo, pero ¿por qué abstenerme si estaba en un viaje de negocios? Inevitable.

Estaba anocheciendo y me dirigí a un hotel cinco estrellas. Recuerdo que era muy alto y tenía la forma de una aleta de delfín. Muy lujoso, tanto, que hasta cobraban una gran suma de dinero para ver solamente un cuarto. Alguien tuvo la grandiosa idea de hacer cada habitación única.

Lo que me sorprende es que hay gente dispuesta a pagar sólo para satisfacer su curiosidad.

– Disfrute su estancia.

Recibí la llave con el número “21” y agradecí ante la educación pagada del recepcionista.

– Si se le ofrece algo no dude en llamar al room service.

– Que nadie me moleste. – Me retiré sin verlo.

Abrí la puerta y contemplé la habitación: ideal para lo que me habían pedido. Cerré la puerta con el letrero de No molestar colgado en la perilla. Cuando regresé la mirada vi justo en medio de la habitación una silla que llamó mi atención: carente de respaldo con sólo dos barras de metal oxidado en su lugar, el asiento cubierto de podredumbre astillada y las patas desafiaban la gravedad. Me acerqué a la silla solamente para sonreír. No pudo haber sido una mejor.

Cubrí la habitación con la oscuridad que había comprado y finalmente me senté. Había recordado lo agradable que se sentía regresar.

– Ya estoy en casa… ¿Quién quiere hablar de su día?

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